¡Silencio todo el mundo!, pidió Paco-, déjenme que quiero escuchar la voz perdida, la voz que en la Ciudad no conocía. Quiero escuchar a las mariposas y a los árboles que me prestan el tiempo de vida.
¡Silencio! que es verdad lo que digo, pues sin el aire no respiro. Es un día dichoso, lleno de felicidad y es mío.
¡Silencio! que mis oídos se convierten en ruido viviendo en la Ciudad más gigante, entre gente entumecida.
Pero, ¿por qué no nos vamos ya? preguntó Pablo-. ¿No es cierto que nos gusta la Ciudad, la intranquilidad, que nos da miedo la incertidumbre, que no sabemos vivir en el frío? Que, ¿necesitamos el confort, lo cómodo, lo conocido?
¡Silencio! repitió Paco, mejor guarda silencio hermano. Déjame escuchar el canto de las ranas, hace tanto tiempo que solamente escuchaba motores y ahora veo flores en mi camino. En la Ciudad solo tenemos ausencia de silencio, es una agonía que me nubla los momentos vividos, que me pone la piel áspera y despierta mis delirios. Que calienta la sangre hasta que hacerla hervir, entume la cabeza y mata los sentidos.
Ve aquella vaca que pasta en la verde frescura, y el monumental fresno que con sus ramas nos cobija. Escucha el canto del río y observa el baile de los árboles al paso del viento. Estamos vivos hermano, ¡estamos vivos!

Pero-dijo Pablo- yo no me hago a un lado. Mejor guardo silencio que por más que quiera la Ciudad no la dejo, es cierto que estamos encadenados y estamos tan presos, acostumbrados a vivir como reos, pero no puedo con el ansia. Es mejor vivir callado, apretado, que enfrentar mis miedos.
Pero, ¿entonces, qué pasa Paco?,- preguntó Pablo, consternado- ¿qué piensas, qué hacemos? ¡Tengo miedo!
Pienso, que por lo menos a mí, el campo me espera, pues en la Ciudad me muero. Pienso hermano, que hay que enfrentar al lobo del miedo, pues solo se alimenta de nuestros pensamientos.
Carla Gamboa/ 2004