Hoy fui a la tienda de los recuerdos, pues de pronto me di cuenta de que los había perdido todos.
Encontré, entre muchos otros, recuerdos de mi infancia, de mi adolescencia y de mi vida adulta. Recuerdos llenos de colores y sabores, tan dulces y tan amargos. Estantes, bodegas, pasillos y pasillos. Nunca imaginé que mis recuerdos fueran tantos, pero ¡claro! ¿cómo podía saberlo si los había olvidado todos?.
Primero pensé en comprar los más dulces, pero no venían solos. Invariablemente una caja que tenía un recuerdo bueno venía con 2 amargos. Pregunté a un empleado porqué era que venían en paquete, pues yo solamente quería comprar los buenos. Me contestó que no podían venir solos ya que de lo contrario perderían su valor, pues de no existir los amargos no reconoceríamos los buenos, y finalmente los buenos se olvidarían.
Pero, ¿por qué vienen 2 malos por uno bueno? pregunté, ¿no debería ser al revés? No, me contestó, los buenos recuerdos en realidad valen por 10 malos, pero como estamos en oferta sólo incluimos 2. Fue así como recordé que había perdido todos mis recuerdos por querer olvidar los malos, y al hacer esto, los buenos también se fueron. No había quedado nada, estaba vacía.
Decidí salir de la tienda, no sin antes levantar una queja con el encargado en turno. Quise regresar caminando aun cuando mi coche estaba estacionado enfrente de la tienda. Mi paso fue lento, mi cabeza estaba vacía. No sé cuánto tarde en llegar a casa, pero ya oscurecía. Me senté frente a la ventana en la que siempre he pasado largas horas buscando figuras en las hojas de los árboles.
De repente, todos mis recuerdos regresaron, sentí un escalofrío en la nuca. ¡Eran los agrios, los amargos, y lloré tanto!. Volví a sentir el dolor, el abandono, la soledad, la culpa. Las heridas ardieron tanto que parecía que no podía respirar. Traté desesperadamente de guardarlos de nuevo en el viejo baúl en donde estaban, deshacerme de la llave y no recordar nada de nuevo. Esta vez ¡para siempre!.
Pero entonces, entre los jadeos que daba para no ahogarme, surgió la imagen de tus ojos. El brillo que tienen y que parece deslumbrarme. Recordé a detalle tus manos, tan fuertes, tan confiables y llenas de cicatrices. Los chinos de tu pelo rebotando en tu cara, tu sonrisa inquieta, la piel de tu espalda, tus brazos sujetándome y la tranquilidad que siento cuando estás a mi lado. La alegría que le has dado a mi alma, la ilusión con la que te ven mis ojos. Cómo me has llenado las manos de atardeceres y me has dejado ver las estrellas tan de cerca. Cómo escucho de nuevo cantar a las ranas y cómo se sienten mis pies descalzos al seguir tus pasos.

Recordé la voz de mi padre cuando me contaba cuentos, y cómo me hipnotizaba cuando me explicaba algo, ¡lo sabía todo!. Cómo es que no podía decirme muchas cosas, siempre pensé que era porque tenía una nuez atorada en la garganta; pero, cómo podía escribirme hasta hacerme sentir escalofríos. Creo que lo prefiero así, de esta forma no se me olvidan los detalles, y puedo leer una y otra vez lo que me escribe decidiendo no aprenderme nada de memoria.
Recordé los pies de mi madre bailando al ritmo de un huapango. Siempre me sorprendió la velocidad a la que lo hacía, cómo podía seguir todos los ritmos. Su voz cantando las mismas viejas canciones, y sus lágrimas incontrolables cuando algo la emociona. El cómo cuenta las cosas de manera fluida y simpática, y el cómo le asombran todas las pequeñas cosas mientras hace muecas de niña pequeña.
La sonrisa de mi hermano, que a veces se enturbia tanto como la mía. Su mente oscura llena de tanta luz y genialidad. Sus manos torpes para trabajar y tan hábiles para escribir o dibujar. Los vellos de su cara, que disfrazan de persona adulta a un niño de ojos pequeños brillantes e inundados de curiosidad. Sus palabras atinadas, su sensibilidad. Su mal humor, al que tanto ha tratado de controlar. Su interés, su talento, y sus ganas de comerse el mundo en grandes bocados.
La inocencia de mis hermanos pequeños, sus risas, sus ocurrencias y la emoción que me da el verlos crecer e imaginarme lo que llegarán a hacer. Sus ojitos brillosos, sus pequeñas manos. ¿Cómo es que siendo tan diferentes a mí me veo tanto en ellos?
El cariño incondicional de mi perro, ¿cómo es que dejaba que me acercara tanto?, siempre me lo pregunté. Cómo dejaba que le tocará la nariz con la mía, y que lo apretara, los estrujara o lo cargara con la confianza de que no le iba a hacer ningún daño. Siempre pensé que nadie podría confiar en mí tanto como él, creo que por lo menos yo no lo haría. Sus lágrimas de agua y sal, que parecían no tener razón. Sus ojos cuidándome siempre, echado junto a mí sin preocupación alguna. O, ¿sería que no quería que lo viera preocupado?.
Recordé los abrazos y besos de mis amigas de la infancia, mis amigas de siempre, nuestros juegos y bailes. Cómo festejábamos y disfrutábamos cualquier cosa, cómo hemos llorado y reído juntas, recordé la sonrisa de todos aquellos que mis ojos han visto alguna vez. Recordé la sensación de mis pies sumergidos en la arena y de mi pelo flotando enredándose con el viento. Mis sabores y olores preferidos. Y así, el calor regresó a mi corazón.

Dejé de llorar, y todavía con la garganta seca trate de abrir los ojos para seguir jugando un rato más con las hojas de la Jacaranda que se ve desde mi ventana, ese testigo silencioso de mis sueños y añoranzas; pero la hinchazón de mis ojos no me dejaba. Mis brazos estaban cansados de tanto golpear la pared, y mis piernas no podían sostenerme. ¿En qué momento se me ocurrió regresarme a mi casa caminando?, ahora no podré moverme en una semana.
Miré a mí alrededor con la mirada tan borrosa como la tenía, y me vi sola, me sentí sola, pues llevaba horas con tantas imágenes de personas que no estaban. Me di cuenta de porqué era que había tantos pasillos en la tienda con mis recuerdos, y ya no quise olvidar. Dolía tanto recordar, pero reconfortaba aún más. Tenía razón el empleado, un recuerdo bueno vale por diez no tan buenos. En mi caso, tal vez sea por 30, pues he tenido una vida tan afortunada, tan bendecida, que los buenos recuerdos rebosan mi ser. Me siento agradecida.
Hoy lo tengo todo en mi cabeza de nuevo, lo bueno y lo malo. Lo bueno que no existe sin lo malo, y lo malo que no es tanto, ni tan malo.
Ya no quiero olvidar nada, ahora sé que todo es como debe ser, todo está en su lugar y todo está bien.
Mañana, regresaré a la tienda por mi coche y retiraré mi queja, sustituyéndola por un buen comentario para el empleado. Después de todo, creo ya no tendré que regresar a comprar nada.
Carla Gamboa
Noviembre 2004